Porque, aunque suene tan rancio, el viejo cuento de los reyes todavía funciona. Aquí en España, por ejemplo, hay uno. O dos, incluso: uno en ejercicio, otro jubilado. Y la mayoría de los españoles los toleran o quieren. Para eso deben pretender que olvidaron su origen —que está, faltaba más, muy bien documentado—.
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