Cuesta creer que en Estados Unidos, en pleno siglo XXI, sigan siendo legales las esvásticas, los saludos nazis y realizar marchas por la supremacía blanca en las que el odio y la violencia son las atracciones principales. Un pasado manchado por el racismo y masacres en nombre de la raza blanca no han sido suficiente razón para poner límites a la libertad de expresión; para los supremacistas, la libertad de uno no termina donde la del otro comienza.
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