Vuelvo a Madrid y a primera vista me complace ver que los paseantes caminan otra vez con la cabeza alta y la mirada en el cielo. Cuando dejé la capital marchaban mis conciudadanos con la cabeza baja, los ojos en el suelo para esquivar tanta inmundicia. No es que hayan limpiado la ciudad, incluso se diría que han puesto un especial empeño en mancillarla por encima de sus posibilidades. Tampoco es que esa ola de optimismo, que contra viento y marea tratan de inocularnos nuestros impávidos gobernantes, haya calado en la ciudadanía...
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