¿Te imaginas llegar a Nueva York en tren desde Europa, directamente desde París o Londres? Suena descabellado, pero desde finales del siglo XIX tenemos sobre la mesa un megaproyecto que, con tiras y aflojas, períodos en los que parece que toma fuerza seguidos de otros de parón absoluto, permitiría eso mismo: una conexión terrestre revolucionaria entre Eurasia y América. La clave para conseguirlo está en realidad en un “pequeño” tramo —pequeño dadas las escalas, entiéndase— que no llega a los 90 kilómetros: el Estrecho de Bering,
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