En los años setenta, los coches y sus conductores despreciaban a los ciclistas, de tan pocos y tan insignificantes que éramos en Madrid. Cuando empezamos a ser más y a organizarnos, en los ochenta, reaccionaron. Los sucesivos alcaldes, mediante las aceras-bici, el Anillo, etc, consiguieron autosegregar de la calzada a la mayoría de los nuevos ciclistas. Este confinamiento provocó, de propina, una rivalidad entre peatones y ciclistas que se radicaliza día a día. Ha llegado el momento de acabar con este enfrentamiento de una puñetera vez
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