Mi abuela se dedicó a parir hijos, a cuidar cochinos y a bajarle la mirada a los señoritos del cortijo donde murió su marido con 40 años, en 1950, dejando a cinco hijos en el mundo, el mayor de doce años y la más pequeña de dos, y sin una mísera pensión que ayudara a la familia a salir adelante. De pequeño no sabía el porqué mi abuela, siempre que me veía estudiando, me decía: “Estudia, hijo, que puedas mirar a los ojos de los señoritos”. Esta frase, breve, que cuando la recuerdo me emociona lo más grande porque resume el dolor oxidado
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