Nada menos que 110.000 preservativos repartió la organización de los juegos de invierno de 2018 entre los participantes, lo que supone una media de unos 38 por atleta. Con semejantes cifras lo fácil es imaginar que la vida en la villa olímpica está repleta de frenésí sexual. Pero la percepción cambia si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos no se han usado. ¿Por qué?
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