Al comienzo del año escolar, mientras la mayoría de los estudiantes de primaria charlaban y comían pasta caliente en la cafetería, casi una decena de niños inmigrantes destapaban emparedados en tres mesas de un salón de clases que estaba desocupado y tenía persianas púrpuras horizontales, muebles monótonos de oficina y un letrero que decía “Estudiantes que traen su almuerzo de casa”. Eso se debía a que no lograron cumplir con un nuevo requisito que introdujo la alcaldesa de la ciudad, una integrante de la Liga, el partido gobernante.
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