El nacimiento de un mortinato –feto que muere después de 28 semanas de embarazo o durante el parto– no solo deja huella en una familia, sino que puede resultar una experiencia traumática. Sus efectos psicológicos incluyen ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático y trastorno obsesivo-compulsivo, sin olvidar las repercusiones sociales y económicas.
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