Un proverbio chino sostiene que quien no entiende una mirada, jamás comprenderá una explicación. Esta sutileza explica mejor que ninguna otra cosa lo ocurrido durante años en Caja Madrid-Bankia, donde la zafiedad a la hora de entender el uso de recursos entregados a los gestores va mucho más allá que un atropello económico. Lo verdaderamente extraordinario es que sin la quiebra de la entidad nadie, o casi nadie, hubiera denunciado los desmanes en el juzgado de guardia.
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