Uno de mis placeres culpables es el de observar inmolaciones públicas. Esa disciplina artística en la que un famoso decide detonar un cinturón de explosivos atado a su cuerpo haciendo saltar por los aires su reputación sin que nadie se lo haya pedido. Dentro de esta disciplina, que ojalá acabe siendo olímpica, hay una modalidad reina: la inmolación por perseverancia,
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