Julio Ariza me arrinconó en uno de los ascensores de Paseo de la Castellana, 36, la gravosa sede de Intereconomía en la milla de oro, que costaba 200.000 euros al mes de alquiler a pagar a la Mutua Madrileña. Señalándome con el dedo índice de su mano derecha, me espetó:
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