La “rendición” de gobiernos democráticos de pequeños países europeos, a los que, en lo peor de la crisis, se les negó, incluso, la capacidad de negociar, discutir y presentar alternativas, representó un hecho trágico. El maltrato empleado con Grecia, Chipre, Irlanda y Portugal (y en parte con España) ha marcado la ruptura, casi el destrozo, de un modo negociador característico de la Unión
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