Los servicios secretos de EEUU pusieron Julian Assange en su punto de mira a partir de 2009, pero fue a finales de 2010 –tras las filtraciones de los archivos de las guerras de Afganistán e Irak, y de más de 250.000 cables del Departamento de Estado– cuando la Casa Blanca desencadenó una ofensiva general encubierta sin precedentes para destruir a Wikileaks.
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