Cuando los náufragos son migrantes, hay cuestiones que se dan por sentadas para los autóctonos, y que se convierten en odisea para los extranjeros. Como que el Estado comunique a las familias que sus seres queridos han muerto; que la maquinaria burocrática ponga todos sus recursos al servicio de la identificación de los cadáveres, de poner nombre y apellidos a los rostros amortajados, y de repatriar sus restos para que sus padres y madres puedan darle sepultura. Mucha gente piensa que una vez que estas personas han muerto, se les entierra y ya.
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