Al subir el portón metálico, el visitante se da cuenta de que lo que parecía un almacén a las afueras del pueblo es en realidad un templo musulmán. Una mezquita sin letrero que la identifique. Al entrar hay un pequeño recibidor con una estantería para dejar los zapatos. También una escalera de madera para subir a una especie de buhardilla donde vive el imán. Al atravesar una segunda puerta aparece un local diáfano de unos 80 metros cuadrados, totalmente enmoquetado de color celeste y con las paredes forradas de madera.
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