Si el francés se mostraba tan descarado al hablar de "terrorismo", "tragedia" y "absurdo" es precisamente porque el suyo no era un fatalismo afectado. El pesimismo sólo nada en la autocompasión cuando uno piensa que el mundo le debe algo. En Rosset, en cambio, no había resignación ni queja, tampoco reproche. Por el contrario, pensaba que la alegría nacía justamente del conocimiento de lo trágico, de la certeza que cualquier gran sistema o concepto está destinado a estrellarse en medio del océano.
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