Aunque, también, es adictivo (neuromarketing, ¿alguien?), existen vínculos demostrados entre su uso y la depresión, los filtros para las fake news todavía están lejos de funcionar, censura mejor los pezones que el hate speech, no se sabe lo que la empresa registra sin tu consentimiento explícito (tu cara, tu búsquedas de explorador, tus movimientos de ratón, tu voz…), la ONU ya ha dicho que su uso en Myanmar está relacionado con la crisis humanitaria de los Rovingya, fenómenos virales como Lady Gaga o el Estado Islámico jamás habrían ocurrido
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