Beni, que murió hace cuatro meses, insistía en volver al edificio donde había vivido y se quedaba parado delante de él durante todo el día. El perro sobrevivió todos estos años gracias a la atención que le prestaban los vecinos, que lo alimentaron e incluso trataron en ocasiones de llevarlo a sus propias casas, aunque Beni siempre se escapaba para regresar al que fue su hogar. En reconocimiento a su fidelidad, el Ayuntamiento le ha dedicado ahora un estatua de bronce en una esquina de su barrio.
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