El tren empieza a reducir velocidad. En medio de toda esa oscuridad avanza despacio como si fuera a detenerse, la parada está cerca. Pero no se detiene, sólo camina con resignación a la mínima velocidad que le permite el gobierno de la RDA. En la estación, vacía, no hay maletas, ni gente despidiéndose, ni ruido. Sólo soledad y silencio, oscuridad y penumbra.
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