Habían recorrido los primeros 50 metros de mar cuando el traficante dejó el mando de la lancha y, después de desearles buena suerte a todos, saltó al mar para volver nadando a Turquía. Le entregó las riendas del motor a un camerunés que aseguró que él había pilotado antes, pero Jean Claude sabía que no era cierto, porque le conocía: su compañero manjeaba motos; ni idea de conducir una lancha de goma hinchable. Nunca antes lo había hecho.
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