Como mujer periodista estoy acostumbrada a pedir una entrevista a un hombre y obtener respuestas como: “Claro, por qué no te invito a cenar y te cuento bien”. O salir de una conferencia de prensa y que el asistente particular se me acerque para decirme: “Dice el diputado que te invita un café”. También a que los periodistas consagrados me retiren el habla por no aceptar su invitación para ir a comer. No puedo contar la cantidad de veces que, haciendo mi trabajo, desconocidos me han saludado con un beso en la comisura de los labios, o tocado...
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