Viví en Corea del Norte los primeros 15 años de mi vida, creyendo que Kim Jong-il era un dios. Nunca lo dudé porque no concía nada más y no podía siquiera imaginar el vivir fuera. Tenía tal lavado de cerebro que creía que Kim Jong-il podía leer mi mente así que no podía permitirme pensar nada negativo sobre el régimen.
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