Que el periodismo lo carga el diablo es algo sabido; que la profesión es aficionada a dispararse en el pie, también. Pasado ya el eco de la magnífica Spotlight, el mundo vuelve a ser el de siempre: la cacareada transición digital, el mal llamado periodismo ciudadano, los tiempos de las vacas flacas, los ERE y los gestores con necesidades puramente pecuniarias. No hay nada nuevo bajo el sol, por mucho que algunos se empeñen en lo contrario.
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