Confesaron todo esa misma noche. Como siempre, muerto el niño, ya poco importaba. Existía un remedio para el sarampión que el curandero de su región prescribía, algo que, al parecer, el otro niño de la UCI también había tomado. Lejía. No se trataba de un té o un ungüento inocuo: para curar a los niños los obligan a tomar lejía. En eso consiste la contrimedicina.
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