Los viajeros nos distinguimos por creer que existe un viaje de placer que no es turismo (el nuestro), y otro que sí lo es (el de los demás). Y no hay nada que nos moleste más que el que otros turistas nos estropeen con su presencia nuestra sensación de ser visitantes más legítimos y exclusivos del lugar. Por desgracia, somos el virus del que pretendemos escapar, pues los viajeros somos gentrificadores por excelencia: buscamos lo auténtico en exclusiva y a buenos precios, y acabamos convirtiendo lo auténtico en una industria con precios inflados
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