Tras casi cuatro décadas muy preocupado por la protección del medioambiente la acumulación de malas noticias me libera: ya no queda en mí nada de ‘ecoansiedad’. No voy a dejar de trabajar por un planeta sano para las generaciones futuras, pero me libero de la necesidad de ver grandes resultados. No aspiro a salvar el mundo. Me conformo con entenderlo. El capitalismo salvaje nos ha conducido a esta trampa. Pero ni se va a reformar a sí mismo ni podemos matarlo; solo podemos dejarlo morir. La manera de hacerlo es colaborar lo menos posible con él
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