La clausura forzosa del último polvorín nuclear situado en suelo de la UE, una central lituana construida a imagen y semejanza de la de Chernobyl, ha transformado a la ciudad satélite de Visaginas en una grotesca anomalía urbana. El cierre, a finales de 2009, del segundo y último reactor operativo aceleró el proceso de degradación de la ciudad y ha incrementado brutalmente el desempleo, la miseria, la violencia y las tasas de drogadicción y alcoholismo.
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