Todos se inventan una vida y una profesión. Y ganan más dinero. Pero nunca se van del todo porque se empeñan en proteger su legado y su extinto liderazgo; cada uno a su manera. A Adolfo Suarez se le olvidó todo, a Calvo Sotelo casi todo, pero a José María Aznar no y se sabe supremo hacedor de las políticas que llevaron a su España, la que fue bien, a ostentar una porción del poder de Europa. Felipe González también quiere estar en la pomada porque –ya lo dijo– le aburre su papel como consejero de Gas Natural, aunque sigue allí dando consejos.
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