No tenía muchas alternativas para volver a Bélgica. Disponía de billetes de avión para volar desde Helsinki pero, tras la OEDE, las alarmas habrían saltado en cuanto hubiera cruzado la puerta de embarque de cualquier aeropuerto europeo. Por carretera, la opción más larga implicaba cruzar en ferry el Golfo de Finlandia y desembarcar en Estonia, uno de los países con los que ha tejido más lazos el independentismo. Pero después habría tenido que seguir bajando por el resto de países bálticos y necesariamente debía cruzar Alemania o Francia.
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