Hace dos años hubo la posibilidad de hablar. De negociar. De llegar a un acuerdo, o al menos de intentarlo, para detener, quizá unos días, quizá unas semanas, quizá para siempre, la guerra en Siria. Lo defendí entonces: “Las treguas salvan vidas”. Sigo creyéndolo. Las treguas, la negociación, el diálogo, el acuerdo, por muy maltrechos que sean, por muy débiles y cortos que resulten, salvan vidas. Y de eso se trata. ¿O no?
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