La naturaleza del pogo es alocada pero amistosa, y trata de integrar a los demás en un baile desenfrenado y común -aunque una de sus premisas es intentar no involucrar a quien prefiere mantenerse fuera, a veces con poco éxito-: uno sabe cómo entra al pogo, pero no cómo va a salir, porque la agitación puede descontrolarse y generar daños físicos. Es fácil acabar magullado: pequeños hematomas, heridas fruto de algún codazo desafortunado -sacar los codos hacia afuera está muy mal visto- o piernas rotas.
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