Mijaíl Gorbachov logró lo imposible: transformar los abanicos ibicencos de Locomía en el coro de los coscacos del don, aunque fuera por espacio de una canción. Se llamaba, por supuesto, Gorbachov, y barrió las pistas discotequeras de 1989, en plena Glásnost, cuando el susodicho se preparaba para ocupar el fugaz cargo de presidente de la Unión Soviética: "Cuando lleguemos a Rusia / Gorby nos acogerá / Y en la Plaza Roja / Gritaremos Libertad", se prometían a ellos mismos los cosacos de la discoteca Ku.
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