En mi pueblo hay un tipo al que llamamos Ned Flanders. Es un encanto: atento, simpático; siempre alegre, sonriente y servicial. Cuando alguien llega de visita puede pasarse horas preguntándole por el viaje. Aunque hubiera bajado a la ciudad al médico. Y, además, con interés genuino. No como esa gente que te pregunta cosas porque está aburrida y con algo tendrá que matar el tiempo. No, Flanders es sencillamente una buenísima persona. La mejor en muchos kilómetros a la redonda.
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