El quiosco del señor Benigno, más que quiosco era un cuchitril que daba a la calle, detrás de cuyo mostrador, estrecho y atiborrado de chicles Cheiw, cromos, gominolas y cigarrillos sueltos, se parapetaban el dueño y su mujer. Mis primos, mi hermano y yo nos metíamos en tropel para escoger el tebeo que premiaba nuestra semana. Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, el botones Sacarino, el Capitán Trueno...nos esperaban desde aquellas oscuras paredes, colgados con pinzas de tender en unas cuerdas, desfilando ante nuestros ojos desde sus portadas.
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