Cuando éramos adolescentes y la pregunta por cualquier cosa que fuera sexual nos quemaba las entrañas de curiosidad, tanto a mujeres como a hombres, se daba una conversación recurrente entre los varoncitos de mi colegio. Hablaban, como se habla de trofeos, de sus encuentros sexuales con otras chicas a las que nunca habíamos visto. Mencionaban, entre otros detalles que siempre carecían de verosimilitud, el olor. “Olía a pescado”.
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