"Este lunes, cuando le confesé a Lorca que, bueno, estaba más o menos enamoriscado de ella (la mirada huidiza, el discurso saboteado por continuos "ahm's" y "ehm's", una mano revolviendo histéricamente la espuma del café y la otra despeinando no menos histéricamente mi propio pelo), sus cejas se elevaron con una especie de piedad que a mí, más proclive a encajar desprecios que a la condescendencia, me resultó un poco hiriente. —Jo —dijo tras escucharme. Y es posible que yo respondiera entonces con un nuevo: —Ehm..."