Esta costumbre, a la que podríamos llamar también superstición, viene de lejos y tiene su origen en una antiquísima tradición por la que se creía que el agua que estaba estancada, ya fuese en un pozo, lago, fuente, cueva, etc…, tenía propiedades curativas. No debemos obviar que los tratamientos termales ya se realizaban hace varios milenios. Esa creencia se popularizó rápidamente debido a que estaban convencidos de que en el interior de esos lugares habitaban algunas divinidades, las cuales concedían deseos.