Descubrí Raíces profundas (en el original, Shane) a principios de los años ochenta, cuando la televisión española sólo contaba con dos canales y cualquier película constituía un pequeño acontecimiento. Por entonces, el western todavía disfrutaba de espectadores fieles que se emocionaban con su exaltación del valor, la lealtad y el espíritu de aventura. Los reproductores de vídeo aún no habían inundado los hogares y no podía descuidarse la programación: podían transcurrir varios años hasta que surgiera de nuevo la oportunidad de ver una película
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