El verano del año pasado visité por primera vez una zona de campos de arroz en Chiba que me dejó enamorado. No solo fue el lugar, también fueron los nuevos amigos que hice allí lo que me hizo volver varias veces a respirar el aire del campo japonés. Al cabo de un tiempo me ofrecieron ser socio de una asociación de propietarios de campos de arroz. Mi primera reacción fue rechazar la oferta, sonaba a algo que iba a ser un nuevo peso en mi vida.
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