Ganar un trofeo en fútbol vale una buena onza de gloria. Venderlo, eso ya depende de lo enganchado que estés al crack. A Paul Canoville le bastaron un ticket de metro a Dalston, norte de Londres, cinco minutos en una joyería y setenta libras para empeñar su medalla de campeón de la Segunda División inglesa con el Chelsea. Por la recompensa, el joyero, o no era futbolero, o no era del Chelsea. Pero bastó: «Cogí ese puñado de billetes y me largué directo a comprar crack».
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