Sor Teo fue la primera compañera que encontré al ingresar en el noviciado. Ciertamente, me llamó la atención su mano derecha extendida a lo alto, mientras tapaba con el índice el oído izquierdo, pero dado mi grado de ignorancia, pensé podía ser una costumbre de aquellas que estaban en cocinas, parecerse a una tetera. Era una mujer seca, enjuta, cuyo vello facial mantenía una perfección geométrica.
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