La tendencia de ser ostentosos incluso en el lecho de muerte tiene su origen en el Imperio Romano, pues los gobernantes se esforzaban por lucir impecables hasta el último día de sus vidas. Muchos de ellos encontraron la muerte de las maneras más retorcidas. Por ejemplo, Valerio encontró su muerte cuando sus captores vertieron oro fundido a través de su garganta. Carcalla fue asesinado mientras orinaba por uno de sus guardaespaldas en venganza por haber matado a su hermano unos días antes.
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