Lo fácil es echarle la culpa a Disney, pero no se confunda. Esto es tan viejo como aquel rey que fermoso sonrisaba en el Cantar de mio Cid o los cuentos de los hermanos Grimm, donde no hay princesa a la que no envenenen por guapa o rana que no acabe convertida en un príncipe invariablemente buenmozo, hunky y con un hoyuelo en la barbilla del tamaño de Texas.
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