Hace ya 9 años, en 2005, cómo pasa el tiempo, El País se regodeaba de que una de sus lectoras había acuñado el término “mileurista”, para definir “aquel joven licenciado, con idiomas, posgrados, másters y cursillos (…) que no gana más de 1.000 euros. Gasta más de un tercio de su sueldo en alquiler, porque le gusta la ciudad”. Quien nos iba a decir que aquel palabro, de indudable sesgo peyorativo, se iba a convertir en aspiracional apenas una década después. ¿Mileurista? Quién pudiera. Lo que se lleva a hora es el miseurista.
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