En Occidente hemos traducido la funcionalidad religiosa de la meditación a algo más asequible culturalmente (y comercialmente): un proyecto de «salud, felicidad y bienestar». La confusión está servida, el itinerario religioso admite matices que la cultura de consumo no; por ejemplo, que ciertos procesos de purificación requieren la producción de estados de ansiedad y turbación. Hablamos, como resumió la revista Qz, de espasmos involuntarios, hipersensibilidad a la luz o el sonido, distorsión del tiempo y el espacio, náuseas, alucinaciones...
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