Casi todos los medios que se burlaron de Clemente esos años tenían algo en común: eran de Prisa. En efecto, en los noventa, cualquier comentario sobre los seleccionadores españoles podía tener subtexto mediático. Cuando uno hablaba sobre Javier Clemente se posicionaba, voluntaria o involuntariamente, en la lucha entre bloques mediáticos antagónicos (felipistas o aznaristas) que atravesó la década salpicando a diversos estamentos sociales.
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