“Lord Byron sí que era un poeta. Nada que ver con ese payaso de D’Annunzio”, nos soltó KITT mientras nos espabilábamos de la enésima siesta. “¿Hemos llegado a Predappio?”, preguntó Marco con los párpados aún cerrados y el sabor de los arrosticini de Campo Imperatore aún en la boca. Ya habíamos asumido que pasaríamos las vacaciones siguiendo una supuesta ruta nostálgica de los lugares símbolos del fascismo.
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