A quienes votan en los Oscar, y deciden quién se merece una estatuilla y quién no, les gusta mucho el drama. Eso es innegable. Cuanto peor lo pase el actor en la pantalla, cuando más demacrado aparezca y más tragedias acumule, más posibilidades tiene de alzarse con el premio. Sea por sadismo o porque los académicos viven inmersos en esa teoría absurda de que hacer llorar tiene más mérito que hacer reír, lo cierto es que año tras año la mayoría de ganadores del Oscar lo han hecho porque han sufrido ellos y su personaje física o emocionalmente.
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