Me topé de pura casualidad con un caso clínico del siglo XIX que tiene como protagonista a un tipo que, en cuanto bebía unas cuantas copas de más, tenía la curiosa costumbre de intentar impresionar a sus allegados tragando grandes cantidades de navajas. Y, no, no me refiero al molusco con el mismo nombre, si no a las navajas menos aptas para el consumo humano: las que tienen hojas de acero y se pliegan sobre un mango de madera.
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